En un Archivo de la Corona de Aragón, que tantos y tan preciosos documentos contiene para el estudio de la civilización europea en la Edad Media y en la época del Renacimiento, hemos encontrado entre las escrituras en papel sin fecha correspondientes al reinado de D. Pedro el Ceremonioso un documento por todo extremo notable, así por razón del asunto que en él se trata como por lo característico del lenguaje, que no es el catalán, ni el latín, que en aquella época solía usar la cancillería aragonesa, sino que está escrito en castellano antiguo. Se refiere a un filtro o bebedizo (una de las grandes preocupaciones de aquellos tiempos) y dice lo siguiente:
Al dorso:
Al dorso:
Al muy alto y poderoso príncipe el Señor don Pedro por la gracia de Dios, Rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Cerdeña, de Córcega, Conde de Barcelona, de Rosellón, etc. etc. etc.
"Mi Señor: Sepa la vuestra Alteza que yo tengo un barrunt en casa don Pedro Dexerica et ha me dicho de los fetos et de los tractamientos que fazia con la otra part et que agora que todos los ha dexados mas bien es verdat que dante quent fazia et me ha dicho que no es bien en su seso porque me dice que lan dado metzinas et halo fecho la muller suya per tal que la quisies mucho et que fizies todo lo que ella quisies. Et halas fechas dona Francisca aquella que era con la Richa fembra en Castiella et vino ogannyo a su Casa. Et dize que son las metzinas (aquí sigue un blanco raspado que ocupa el resto de la línea).
Et esto ses descobierto por que una persona se conffesso a su confessor et dixo aquella perssona que ardidament lo dixiesse a don Pedro con que no dixiesse qui lo avia confessado. Et el confessor dixo gelo. Et el dixo lo luego a su muller Assi que agora su muller tracta que de todo en lodo lo eche de Casa al confessor. Et assi cueydo que auralo acabado a)na que agora non fa sino quanto ella manda et dante non la preciava nada. Et assi mismo ha echado a Martin Enneguez su Mayordomo de Casa porque ella lo ha querido el qual ell amava muto.
Et todos los demás de los vasallos se parten dell, fiten Senyor ya vos envié et vos scrivie que diessedes recaudo a dona Violant et avedes enviado vuestras cartas al Baylle et precíalas tanto como si no las hoviessedes enviado. Porque Senyor yo me poca voluntat de fincar en el Reyno de Valencia et si no dades otro recaudo a aquesta duenya yo me salrre de todo vuestro Reyno. Porque Senyor empressament enviat mandar al Baylle ho a su lugar tenient que den recaudo a aquesta dueinya en otra manera que yo los pueda costrenyer et penyorar fuertement porque sabet que ella et los qui con ella son mueren de fambre et yo noy puedo cumplir ni dar .consello. Et encara por algunos tractos que algunos de vuestra Casa fazen yo he atener mas guardas et mas veylas et he de facer grandes misssiones segunt que por otras cartas vos lo fago saber largament. Et assi Senyor placía vos que de todas aquestas cosas et de otras muytas que yo vos he enviado que me querades facer respuesta".
En otro documento encontramos que en 7 de abril de 1313 decía D. Jaime II que según pública voz y fama cierto sujeto que allí se nombra había curado a una tal Menga de Daroca, por arte diabólica, unos intolerables dolores de cabeza que padecía, concitando con ello al vulgo a menospreciar al Señor y a tributar idolátrico y abominable culto a Luzbel, por lo cual había ordenado el rey que se hiciese una rigurosa inquisición de la verdad y como, depurados los hechos, resultase inocente el acusado, le absolvía de la instancia, asegurándole que en lo sucesivo no seria molestado por esta causa, ya que era cosa averiguada que todo había sido obra de una vil calumnia.
Algo parecido a este caso es el que hallamos en otro documento expedido en 21 de diciembre de 1331 por el infante D. Pedro, lugarteniente de Alfonso III, en el cual decía a un P. Escolano que habiéndole formado causa la curia y los paliers de Lérida por acusársele de que el día de la celebración del matrimonio de una vecina de dicha ciudad le había dado un ramo de hierba mejorana, de cuyas resultas enloqueció a los pocos días, según ellos aseveraban, le absolvía de este cargo, mandando que por él no se le molestase, ni persiguiese en modo alguno. Seria una gloria en aquellos siglos dedicarse a la ciencia; sobre todo a la medicina...
Y no decimos nada de lo que se prestaban estas ridículas supersticiones a la calumnia inspirada por la envidia, la sed de venganza y todas las pasiones más aviesas del corazón humano.
El compilador de estos vaticinios era un tal P. Lena, de Menorca. Se conoce que este señor le había cobrado afición al oficio y que la fe del monarca era grande en el, pues hallamos que en 16 de enero de 1393 le escribía éste manifestándole haber recibido carta suya juntamente con una nueva profecía, lo que le había dado mucho gusto y le encargaba que fuese sin demora a encontrarle en Valencia.
Se cuenta de Catalina de Médíci que desde la horrible matanza de la noche de S. Bartolomé no podía hallar un momento de reposo, persiguiéndola incesantemente los espectros de los hugonotes sacrificados por la perfidia política y la intolerancia religiosa. Anhelosa de ahuyentar las siniestras visiones que por doquier la hostigaban, se cubría el cuerpo de amuletos, rezaba con fanático terror devotos novenarios y, supersticiosa como buena italiana, recurría al mismo tiempo al diablo, por si el cielo no se dignaba escuchar sus ruegos, consultando a brujos y agoreros con la fe de una conciencia atenaceada por los remordimientos.
Habiendo acudido al célebre Lúeas Gauic, obispo de Civita Ducale, le respondió el prelado:
En otro documento encontramos que en 7 de abril de 1313 decía D. Jaime II que según pública voz y fama cierto sujeto que allí se nombra había curado a una tal Menga de Daroca, por arte diabólica, unos intolerables dolores de cabeza que padecía, concitando con ello al vulgo a menospreciar al Señor y a tributar idolátrico y abominable culto a Luzbel, por lo cual había ordenado el rey que se hiciese una rigurosa inquisición de la verdad y como, depurados los hechos, resultase inocente el acusado, le absolvía de la instancia, asegurándole que en lo sucesivo no seria molestado por esta causa, ya que era cosa averiguada que todo había sido obra de una vil calumnia.
Algo parecido a este caso es el que hallamos en otro documento expedido en 21 de diciembre de 1331 por el infante D. Pedro, lugarteniente de Alfonso III, en el cual decía a un P. Escolano que habiéndole formado causa la curia y los paliers de Lérida por acusársele de que el día de la celebración del matrimonio de una vecina de dicha ciudad le había dado un ramo de hierba mejorana, de cuyas resultas enloqueció a los pocos días, según ellos aseveraban, le absolvía de este cargo, mandando que por él no se le molestase, ni persiguiese en modo alguno. Seria una gloria en aquellos siglos dedicarse a la ciencia; sobre todo a la medicina...
Y no decimos nada de lo que se prestaban estas ridículas supersticiones a la calumnia inspirada por la envidia, la sed de venganza y todas las pasiones más aviesas del corazón humano.
El compilador de estos vaticinios era un tal P. Lena, de Menorca. Se conoce que este señor le había cobrado afición al oficio y que la fe del monarca era grande en el, pues hallamos que en 16 de enero de 1393 le escribía éste manifestándole haber recibido carta suya juntamente con una nueva profecía, lo que le había dado mucho gusto y le encargaba que fuese sin demora a encontrarle en Valencia.
Se cuenta de Catalina de Médíci que desde la horrible matanza de la noche de S. Bartolomé no podía hallar un momento de reposo, persiguiéndola incesantemente los espectros de los hugonotes sacrificados por la perfidia política y la intolerancia religiosa. Anhelosa de ahuyentar las siniestras visiones que por doquier la hostigaban, se cubría el cuerpo de amuletos, rezaba con fanático terror devotos novenarios y, supersticiosa como buena italiana, recurría al mismo tiempo al diablo, por si el cielo no se dignaba escuchar sus ruegos, consultando a brujos y agoreros con la fe de una conciencia atenaceada por los remordimientos.
Habiendo acudido al célebre Lúeas Gauic, obispo de Civita Ducale, le respondió el prelado:
- San Germán os verá morir.
Desde aquel día Catalina huyó de todos los lugares e iglesias que llevaban el nombre de este santo y como el palacio de las Tullerías se encontraba en la parroquia de S. Germán de Auxerrois, se retiró a un palacio que poseía cerca de S. Eustaquio.
Allí se hizo construir un pequeño observatorio desde el cual estudiaba los astros con su íntimo confidente Cosme Ruggieri, que explotaba hábilmente los terrores de su soberana.
Morin de Villafranca representó más adelante en la corte de Francia el mismo papel que antes había desempeñado Ruggieri. Luis XIII acababa de enfermar en Lyon y dos adivinos de tres al cuarto, habían cometido la torpeza de vaticinar su próximo fin. Morin, instruido en los arcanos de la magia por el escocés Davídson, creyó llegado el momento de probar fortuna y envió intrépidamente a la reina madre María de Médici, un horóscopo, según el cual, era indudable la curación del augusto enfermo, fijando el día en que debía realizarse tan fausto suceso.
Se efectuó al pié de la letra la predicción y el feliz agorero vio se desde aquel instante colmado de favores y de popularidad: acudieron a su modesta vivienda los mariscales de Francia, los príncipes y señores más encopetados de la corte y hasta el mismo Descartes se dignó consultarle. Esta confianza distaba mucho de ser injustificada, si no mienten las crónicas, pues el sabio adivino vaticinó con entera exactitud la muerte de Gustavo Adolfo, rey de Suecia y la de Waldstein, generalísimo de Austria, mortales enemigos de la política francesa.
Se efectuó al pié de la letra la predicción y el feliz agorero vio se desde aquel instante colmado de favores y de popularidad: acudieron a su modesta vivienda los mariscales de Francia, los príncipes y señores más encopetados de la corte y hasta el mismo Descartes se dignó consultarle. Esta confianza distaba mucho de ser injustificada, si no mienten las crónicas, pues el sabio adivino vaticinó con entera exactitud la muerte de Gustavo Adolfo, rey de Suecia y la de Waldstein, generalísimo de Austria, mortales enemigos de la política francesa.
Estas predicciones le conciliaron la estima de Richelieu. Se cuenta que un día entró en casa de éste el joven Cinq Mars, riendo a carcajadas y exclamando:
—¿Querréis creer que, según este horóscopo, he de morir decapitado?
El cardenal ministro frunció el ceño. Pocos meses después las cabezas de Cinq Mars y de Thou rodaban en el cadalso. Mazarino, sucesor de Richelieu, utilizó también los servicios del mago francés, que murió temido y respetado de todos en 1656.
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