En cualquier parte del mundo, los auténticos brujos se entienden entre sí. Aunque hablen idiomas distintos, cada uno comprendería fácilmente lo que el otro esté haciendo y podría seguirlo en su trabajo u oponerse a él. Tal como ocurriría si un mecánico húngaro y uno coreano se observaran tratando de reparar un vehículo norteamericano.
De una manera realmente emocionante, la hechicería se ha mostrado como un arte arquetípico, que puede mostrar modalidades locales pero que es fundamentalmente la misma en todo el planeta, y así parece haber sido a lo largo de muchos, muchísimos siglos.
De acuerdo a la Biblia, cuando Moisés se entrevistó con el Faraón, estaban también presentes allí varios magos o hechiceros egipcios, y tanto Moisés como los egipcios poseían sus respectivos bastones mágicos. Ninguno de los hechiceros egipcios se asombró especialmente cuando Moisés lanzó su báculo al suelo y lo convirtió en serpiente. Al contrario, se apresuraron a hacer exactamente lo mismo y el pavimento se vio cubierto de bastones transformados en reptiles. Claro que el báculo de Moisés era más potente y se comió a los demás bastones. Pero, aún así, ni el Faraón ni los demás magos se mostraron particularmente alarmados.
Estaba dentro de la brujería normal, de acuerdo a las tradiciones, incluso aquellas tradiciones filtradas por una cultura milenaria capaz, como dice Carl Jung, de extraer a medias los arquetipos del inconsciente colectivo, y modelarlos en forma de mitos elaborados.
En efecto, entre la Vara de Aarón y el báculo del mago Merlín, a más de cuatro mil años de distancia y en pueblos racial e históricamente remotos entre sí, no hay sin embargo ninguna diferencia sustancial. El poder de un Dios llega tanto al bastón como a quien lo empuña.
Para que el bastón funcione, tiene que ser hecho de una madera especial, de un trozo especial con una forma, fibra y nudosidades especiales, y habrá de utilizarlo un hombre también especialísimo. El hechicero, sea éste un Mago o un Brujo, sale al encuentro de sus instrumentos mágicos como quien acude a una cita enigmática en la que no se sabe a quién se va a hallar. El encuentro es, entonces, "sincrónico", son dos historias completas que se salen recíprocamente al paso: el hombre, cuya identidad de hechicero es el fruto de su singular línea evolutiva, y el trozo de madera que adquirió su carácter no sólo por pertenecer a tal o cual especie vegetal, sino por su historia personal, los años de sequía, el viento, las fuerzas fototrópicas, en fin aquella experiencia vegetal que le llevó a adquirir sus formas, su identidad.
Rattray, un conocido investigador y etnógrafo de Africa, cita un trozo de poema que tradicionalmente recitan los tambores o Tam-Tam, de pueblo en pueblo, las noches de plenilunio:
"El arroyo atraviesa el sendero, el sendero atraviesa el arroyo; ¿cuál de ambos es más antiguo? Si te has ido a otra parte, ven y buscaremos un sendero para llegar a ti."
Podemos imaginar lo poderosos que deben escucharse aquellos tambores recitando telegráficamente esas imágenes, por encima de los inquietantes ruidos de la noche en la jungla, y describiendo con maravillosa sencillez el concepto de sincronismo que subyace en la idea de destino como forma de ser: todo cuanto hagamos está determinado porque somos como somos.
Incluso, para el pensamiento de los hechiceros, las casualidades son parte de nuestra identidad: somos gente de tal buena o mala suerte. Así, pues, los instrumentos mágicos de los brujos son tan distintos entre sí como lo puede un ser humano de otro. Cada instrumento es el fruto de uno de aquellos encuentros y sincronismos. El hechicero ha debido ser capaz de reconocer, en la diversidad de objetos que va encontrando, cuáles son los que le corresponde guardar, a menudo para venir a usarlos por vez primera en muchos años más.
Sin embargo, a grandes rasgos, son los mismos instrumentos de continente en continente, de hechicero a hechicero, separados por océanos y por historias genéticas ajenas.
"Doña Séfora, la hija del mago Reuel o jetro, coge un cuchillo de pedernal para cortarle el prepucio a su hijo Gerson y restregarlo por los pies de su marido, Moisés... "
¿Qué forma tenía ese cuchillo de pedernal? No podemos imaginarlo demasiado distinto de los cuchillos rituales de pedernal que se encuentran en Rhodesia, en Centroamérica y en la antigua Irlanda.
Cuando uno coge en sus manos dos de estos instrumentos mágicos, o sacramentales, de pueblos tan alejados entre sí, la igualdad de ambos resulta impresionante. Cuando se cogen dos instrumentos de éstos, pertenecientes a dos brujos muy próximos entre sí, la diferencia entre ambos es la que nos impresiona. Son al mismo tiempo semejantes y distintos. Son, de algún modo, "personas no humanas".
En un sentido estricto, cada uno de los instrumentos de trabajo de un hechicero es por sí mismo un Talismán. Con esos talismanes, el hechicero puede confeccionar otros talismanes o bien amuletos.
Según las tradiciones, los amuletos son objetos de poder de naturaleza pasiva, destinados solamente a proteger a quien los usa. Los talismanes, en cambio, son de naturaleza activa, y se utilizan como herramientas o como armas.
La palabra Amuleto en castellano proviene del latín "amuletum", empleada ya por Plinio. Parece ser una voz de origen semítico, y se encuentra en el árabe "jamalet", conjugación del verbo "jamala", que significa "llevar". Se le define como un "Objeto al que se le atribuye poder protector contra los sortilegios, enfermedades, accidentes y otros males. "La palabra árabe "jamalet" significa "aquello que se lleva".
En lenguaje de ciencia ficción, podríamos decir que el Amuleto crea un Campo de Fuerza mágico en torno de quien lo lleva, incluso un animal o una planta, ya que se supone que todo ser vivo es susceptible de ser hechizado o sufrir los efectos funestos del Mal de Ojo.
El hombre común, por muy racionalista que sea, se ve cada día confrontado con algunos fenómenos que, conciente o inconcientemente, desafían a su razón. Son los fenómenos que llamamos "fortuitos", los sucesos accidentales que pueden traducirse en resultados felices o desdichados. Uno advierte que personas con la misma capacidad, la misma información y los mismos recursos, tienen sin embargo suertes distintas. A unos el éxito les resulta fácil mientras que a otros todo se les hace cuesta arriba. Entonces, en las profundidades cerebrales, nos vemos compelidos a admitir que hay algunos factores desconocidos, misteriosos, que hacen el futuro poco previsible pese a nuestros mejores cálculos y razonamientos: una realidad que desafía a la razón, que nos preocupa y ante la cual no estamos dispuestos a quedarnos de brazos cruzados.
¿Por qué Fulano se ganó la Lotería y yo no? Es entonces cuando nuestra mente comienza a fijarse en ciertas coincidencias. "Hoy día me estuvo dando vueltas esa canción, y todo me resultó tan fácil y tan bien". "Desde que se nos quebró el espejo, pareciera que todo anda mal en esta casa". Nuestro fiel cerebro trabaja por su cuenta utilizando el llamado "método inductivo", según el cual cuando pasa algo en ciertas circunstancias, volverá a pasar cuando las circunstancias se repitan. Y al revés, si ese algo vuelve a pasar, seguro que las circunstancias se habrán repetido. Por ejemplo, cuando el asado se quema, sale un olor del horno. Si el asado se vuelve a quemar, volverá a salir el mismo olor. Y si sale ese olor, seguro que el asado se está quemando. Parece perfectamente lógico, es lo que llamamos "sentido común". Pero, aunque los científicos utilizan el mismo sistema la mayor parte de las veces, ellos saben muy bien que no es un método muy lógico ni muy confiable. Si alguien pone un extractor en el horno, el olor no se sentirá. O si un gracioso derrama una sustancia con olor artificial de carne quemada, uno creerá erróneamente que el asado se está quemando.
Para corregir los errores del pensamiento inductivo primitivo, el hombre, al desarrollar su capacidad cerebral, ha ido incluyendo otras formas, también inductivas, pero mucho más sofisticadas. Por ejemplo, las representaciones y las abstracciones. Así como se fijó antes en la relación entre el olor y la quema de la carne, comenzó a fijarse en las relaciones entre el calor y el tiempo en que la carne empieza a quemarse. Y luego, entre el calor, el tiempo y la cantidad de carne, que se deben proporcionar para que el asado quede bueno. Así, logra hacer una representación abstracta; una fórmula: el tiempo, si lo dividimos por el calor y lo multiplicamos por la cantidad de carne, es igual a un asado bien hecho. Estos procesos "lógicos" en realidad tienen muy poco que ver con la auténtica lógica, esa de los filósofos, que utilizan un método muy diferente. De hecho, fórmulas muchísimo más complejas y sofisticadas las hemos venido concibiendo y aplicando desde millones de años antes de que tuviésemos un cerebro digno de tal nombre. Por ejemplo, comenzamos a tener ojos muchísimo antes de que que tuviésemos desarrollado un cerebro digno de una sardina. Y, sin embargo, nuestros organismos establecieron puntos de referencia, analogías, establecieron estadísticas, hasta llegar a resumir las leyes de la óptica y construir un artefacto tan perfecto como es el ojo. ¿Y qué sabe de física una sardina?
Esta misteriosa, increíble capacidad de "sabiduría" sin "inteligencia", de "conocimiento" sin "entendimiento", que es una virtud propia de todos los seres vivos, ha sido llamada "función Raciomórfica" por los científicos, y es una área de la Biología que está siendo estudiada desde hace muy poco tiempo. Más aún, existe una posición teórica, generada a la luz de los últimos descubrimientos, que plantea la posibilidad de que incluso la materia misma, aparentemente muerta, tiene en realidad una capacidad misteriosa de "aprendizaje".
Así pues, por mucho que proteste nuestra "razón", hay en lo profundo de nuestros cerebros todo un grupo de "ancianos", milenarios, deliberantes y criticones, observadores y desconfiados, de los cuales la mayoría son tan viejos que ni siquiera tienen aspecto humano. El biólogo austríaco Rupert Riedl ha llamado a esos ancianos "los Preceptores Inconcientes". Vienen a ser parientes cercanos de los arquetipos de Jung, y a menudo son verdaderos arquetipos. Y esos Ancianos creen en la hechicería. Han venido observando, con ojillos penetrantes, las misteriosas relaciones que tienen que ver con la buena y la mala suerte. Con la gracia y la desgracia. Son esos ancianos los que le dicen al niño que le tenga miedo a los espectros y los que nos inducen a tomar los amuletos y talismanes mucho más en serio de lo que le gustaría a nuestra civilizada razón.
Cualquier hombre de inteligencia medianita nomás, suele permitirse mirar con desdén a una Melca de Talagante. ¡Pobre vieja ignorante y supersticiosa! Debemos admitirlo. Ña Lupercia, que vive en los cerros de Mallaracuco (a), a veinte kilómetros de la carretera más cercana, se sentiría muy desdichada y perpleja si viniera uno de esos doctos seguidores del Gnosticismo a interrogarla de cómo se las arregló para sanar al niño de la Pancha Huaico que estaba muriéndose en el hospital de Talagante. Claro, Ña Lupercia no tiene dominio de la lógica ni tampoco del instrumento lógico que son las palabras. Pero, sin moverse de su choza, así lo testifica la Pancha Huaico y los mismos médicos lo corroboran indirectamente, logró que el niño experimentara una reacción "ilógica" mejorándose en vez de morirse.
Si Ña Lupercia quisiera enseñar su "Arte", lo haría lentamente y a un discípulo que tuviera mucho, mucho tiempo para aprender. Ahora, si viniese el gnóstico y le explicara que mejor que sus hechizos puede resultar una talismán con letras hebreas y signos astrológicos, la buena Meica lo miraría con auténtica compasión. Para ella, que admitimos como irracional en su "arte", el pensamiento del talismán gnóstico es simplemente estúpido. Algo así como poner en una escopeta un papelito que diga "cartucho" y esperar que con eso podamos matar un conejo. Poner el dibujo de una pila en la linterna y esperar que con eso podamos encenderla. No hay estupidez detrás de las extrañas manipulaciones de una hechicera talagantina. Incluso, en Río de Janeiro hemos conocido Babalaos de Macumba, de gran prestigio como poderosos hechiceros, que son prácticamente unos débiles mentales... pero con esa característica que los psiquiatras definieron como de "idiots savants": estúpidos para todo, menos para su "arte".
Como la oruga "Víbora" de la selva amazónica, que es tan estúpida como cualquier oruga, excepto en el arte del mimetismo, ya que consigue "disfrazarse" de víbora, aunque ella misma no mide más de 5 centímetros, y mantenerse con vida gracias al terror que logra producirles a los pájaros. Queremos decir con esto que el verdadero "pensamiento mágico" es característico de mentes muy singulares. Es un pensamiento irracional pero profundamente pragmático y obediente a los sabios preceptos de los "Ancianos en lo Profundo del Cerebro".
En filosofía de la ciencia, se le llamaría "pensamiento heurístico; ya que es capaz de reunir orgánicamente grupos muy complicados de observaciones y sintetizarlos en una fórmula cuya aplicación puede efectuarse sin esfuerzo intelectual alguno. Algo semejante a lo que hace un niño cuando aplica las tablas de multiplicar: él no piensa en el proceso matemático que llamamos multiplicación, ni en la Ley de Conservación de las Paridades, sino que se limita a aplicar "mágicamente" la virtud del 3 por 7 = 21, aprendido de memoria como un ensalmo.
La inteligencia mágica puede ser abrumadoramente distinta de lo que comúnmente llamamos inteligencia. De ahí que su producto, los objetos mágicos, los rituales mágicos, puedan resultar tan chocantes para nuestro "sentido común", nuestra "razón", que Carl Jung describe, como "algo que de hecho no es más que la suma total de todos sus prejuicios y sus miopes puntos de vista" (del infatuado hombre "racionalista").
Por lo general cuando el brujo trata de dar una explicación racional de su Arte, falsea la verdad a pesar suyo. La brujería libresca ha producido un ostensible distanciamiento entre el conmovedor, impresionante hechizo primitivo y el producto de una suerte de hechicería industrializada: amuletos hechos en serie, talismanes a dos por dólar...
Tales amuletos ciertamente serán inútiles para uno, salvo que se dé el caso de que uno resulte ser un brujo sin saberlo, e intuitivamente uno haya realizado los procesos mágicos correctos de acuerdo a la "inteligencia mágica". Hace pocos años, precisamente en Talagante, apareció una adolescente llamada Yamilet, que súbitamente adquirió poderes de terapia por imposición de manos. Causó mucho revuelo periodístico, y sus curaciones notables continuaron durante algunos meses. Su fama rápidamente se hizo estruendosa, pero súbitamente sus poderes desaparecieron y la chica volvió al anonimato. Ella jamás imaginó que podría adquirir tales poderes, ni cómo los obtuvo ni porqué los perdió.
Con frecuencia se producen "iluminaciones" mágicas de corta duración, incluso en las personas más comunes. Durante esos momentos, sin necesidad de aprendizaje alguno, la persona puede confeccionar auténticos objetos de poder, según la opinión de varios autores especializados en la materia. Pero los verdaderos hacedores de amuletos y talismanes son los hechiceros. Así lo fue desde lo más remoto de los tiempos conocidos, y hay indicio de que esos hechiceros aprendieron su arte incluso antes de que el hombre fuese hombre.
Cuando uno se acerca de buena fe a un hechicero, éste casi nunca lo rechazará. Contestará nuestras preguntas, a su manera, dejándonos a nosotros la tarea de convertir sus respuestas en explicaciones civilizadas y occidentales. Gracias a eso y a la sutil habilidad de numerosos antropólogos, se ha logrado reunir algunos conceptos concretos, no "comerciales" acerca de la hechicería en varios pueblos primitivos. Particularmente Africa ha sido pródiga en información.
Gracias a estos antropólogos sabemos que el hechicero debe ser un hombre especial, dotado de un poder que suelen llamar "Nyama", aunque otros pueblos negros lo llaman "Baraka", "Kofi", "Ire" y "Ashe". Este poder él puede proyectarlo a través de ciertos conductos. Pero, junto con el Nyama, el hechicero debe poseer la cualidad de "Nganga" que es una forma especial de intuición, la capacidad de percibir "signos" incluso cuando ignora qué contenidos el signo pueda tener. Algo así como el matemático reconoce los signos de valor conocido y los de valor incógnito, como la X en álgebra.
Por medio de su virtud Nganga el hechicero logra descubrir los objetos que poseen urca virtud determinada, una energía misteriosa que llaman " Magara". Este mismo concepto de Magara, como virtud y energía misteriosa y esencial de una cosa, los pueblos de la Polinesia lo llaman con la voz Mana. Hay materias que poseen Mana o Magara, pero rara vez la materia tiene por sí sola suficiente energía.
Más frecuentemente es la forma que dicha materia adopte la que puede cargarla de suficiente poder. Y no sólo la forma, también la historia de la cosa, pues se supone que a lo largo del tiempo las cosas pueden ir cargándose de energías diversas, según los fenómenos que las hayan afectado. Se parte de la base de que la materia en sí es pasiva y que sólo llega a adquirir sus formas merced a acontecimientos que han padecido.
La señorita Penh da Silva, una hermosísima brujita de raza negra, nos explicaba que el hechicero auténtico sabe que la "forma" y el "fondo" no pueden separarse. La forma "implica" su fondo, y el contenido implica su forma. Mostrando una jarra de plástico transparente que imitaba cristal, nos señaló: "Sólo un hombre muy bobo se dejaría engañar: el plástico jamás podría tener la forma verdadera del cristal".
Implicaba con ésto que el hechicero considera "forma" todo lo que se puede percibir aunque no sea por las más obvias diferencias visuales. Cuando el hechicero, haciendo uso de su cualidad Nganga, logra apoderarse de cosas con Magaras complementarios que coinciden en una adecuada poligonal de fuerzas, aplica en ellas su habilidad para fabricar un objeto cuyo Magara es "Mayor que la suma de sus partes". Un súper Magara, y en ese objeto aplica su propio concepto físico llamado "de descomposición de fuerzas", según el cual fuerzas que no tienden en igual dirección pueden aumentarse recíprocamente.
Podemos imaginar lo poderosos que deben escucharse aquellos tambores recitando telegráficamente esas imágenes, por encima de los inquietantes ruidos de la noche en la jungla, y describiendo con maravillosa sencillez el concepto de sincronismo que subyace en la idea de destino como forma de ser: todo cuanto hagamos está determinado porque somos como somos.
Incluso, para el pensamiento de los hechiceros, las casualidades son parte de nuestra identidad: somos gente de tal buena o mala suerte. Así, pues, los instrumentos mágicos de los brujos son tan distintos entre sí como lo puede un ser humano de otro. Cada instrumento es el fruto de uno de aquellos encuentros y sincronismos. El hechicero ha debido ser capaz de reconocer, en la diversidad de objetos que va encontrando, cuáles son los que le corresponde guardar, a menudo para venir a usarlos por vez primera en muchos años más.
Sin embargo, a grandes rasgos, son los mismos instrumentos de continente en continente, de hechicero a hechicero, separados por océanos y por historias genéticas ajenas.
"Doña Séfora, la hija del mago Reuel o jetro, coge un cuchillo de pedernal para cortarle el prepucio a su hijo Gerson y restregarlo por los pies de su marido, Moisés... "
¿Qué forma tenía ese cuchillo de pedernal? No podemos imaginarlo demasiado distinto de los cuchillos rituales de pedernal que se encuentran en Rhodesia, en Centroamérica y en la antigua Irlanda.
Cuando uno coge en sus manos dos de estos instrumentos mágicos, o sacramentales, de pueblos tan alejados entre sí, la igualdad de ambos resulta impresionante. Cuando se cogen dos instrumentos de éstos, pertenecientes a dos brujos muy próximos entre sí, la diferencia entre ambos es la que nos impresiona. Son al mismo tiempo semejantes y distintos. Son, de algún modo, "personas no humanas".
En un sentido estricto, cada uno de los instrumentos de trabajo de un hechicero es por sí mismo un Talismán. Con esos talismanes, el hechicero puede confeccionar otros talismanes o bien amuletos.
Según las tradiciones, los amuletos son objetos de poder de naturaleza pasiva, destinados solamente a proteger a quien los usa. Los talismanes, en cambio, son de naturaleza activa, y se utilizan como herramientas o como armas.
La palabra Amuleto en castellano proviene del latín "amuletum", empleada ya por Plinio. Parece ser una voz de origen semítico, y se encuentra en el árabe "jamalet", conjugación del verbo "jamala", que significa "llevar". Se le define como un "Objeto al que se le atribuye poder protector contra los sortilegios, enfermedades, accidentes y otros males. "La palabra árabe "jamalet" significa "aquello que se lleva".
En lenguaje de ciencia ficción, podríamos decir que el Amuleto crea un Campo de Fuerza mágico en torno de quien lo lleva, incluso un animal o una planta, ya que se supone que todo ser vivo es susceptible de ser hechizado o sufrir los efectos funestos del Mal de Ojo.
El hombre común, por muy racionalista que sea, se ve cada día confrontado con algunos fenómenos que, conciente o inconcientemente, desafían a su razón. Son los fenómenos que llamamos "fortuitos", los sucesos accidentales que pueden traducirse en resultados felices o desdichados. Uno advierte que personas con la misma capacidad, la misma información y los mismos recursos, tienen sin embargo suertes distintas. A unos el éxito les resulta fácil mientras que a otros todo se les hace cuesta arriba. Entonces, en las profundidades cerebrales, nos vemos compelidos a admitir que hay algunos factores desconocidos, misteriosos, que hacen el futuro poco previsible pese a nuestros mejores cálculos y razonamientos: una realidad que desafía a la razón, que nos preocupa y ante la cual no estamos dispuestos a quedarnos de brazos cruzados.
¿Por qué Fulano se ganó la Lotería y yo no? Es entonces cuando nuestra mente comienza a fijarse en ciertas coincidencias. "Hoy día me estuvo dando vueltas esa canción, y todo me resultó tan fácil y tan bien". "Desde que se nos quebró el espejo, pareciera que todo anda mal en esta casa". Nuestro fiel cerebro trabaja por su cuenta utilizando el llamado "método inductivo", según el cual cuando pasa algo en ciertas circunstancias, volverá a pasar cuando las circunstancias se repitan. Y al revés, si ese algo vuelve a pasar, seguro que las circunstancias se habrán repetido. Por ejemplo, cuando el asado se quema, sale un olor del horno. Si el asado se vuelve a quemar, volverá a salir el mismo olor. Y si sale ese olor, seguro que el asado se está quemando. Parece perfectamente lógico, es lo que llamamos "sentido común". Pero, aunque los científicos utilizan el mismo sistema la mayor parte de las veces, ellos saben muy bien que no es un método muy lógico ni muy confiable. Si alguien pone un extractor en el horno, el olor no se sentirá. O si un gracioso derrama una sustancia con olor artificial de carne quemada, uno creerá erróneamente que el asado se está quemando.
Para corregir los errores del pensamiento inductivo primitivo, el hombre, al desarrollar su capacidad cerebral, ha ido incluyendo otras formas, también inductivas, pero mucho más sofisticadas. Por ejemplo, las representaciones y las abstracciones. Así como se fijó antes en la relación entre el olor y la quema de la carne, comenzó a fijarse en las relaciones entre el calor y el tiempo en que la carne empieza a quemarse. Y luego, entre el calor, el tiempo y la cantidad de carne, que se deben proporcionar para que el asado quede bueno. Así, logra hacer una representación abstracta; una fórmula: el tiempo, si lo dividimos por el calor y lo multiplicamos por la cantidad de carne, es igual a un asado bien hecho. Estos procesos "lógicos" en realidad tienen muy poco que ver con la auténtica lógica, esa de los filósofos, que utilizan un método muy diferente. De hecho, fórmulas muchísimo más complejas y sofisticadas las hemos venido concibiendo y aplicando desde millones de años antes de que tuviésemos un cerebro digno de tal nombre. Por ejemplo, comenzamos a tener ojos muchísimo antes de que que tuviésemos desarrollado un cerebro digno de una sardina. Y, sin embargo, nuestros organismos establecieron puntos de referencia, analogías, establecieron estadísticas, hasta llegar a resumir las leyes de la óptica y construir un artefacto tan perfecto como es el ojo. ¿Y qué sabe de física una sardina?
Esta misteriosa, increíble capacidad de "sabiduría" sin "inteligencia", de "conocimiento" sin "entendimiento", que es una virtud propia de todos los seres vivos, ha sido llamada "función Raciomórfica" por los científicos, y es una área de la Biología que está siendo estudiada desde hace muy poco tiempo. Más aún, existe una posición teórica, generada a la luz de los últimos descubrimientos, que plantea la posibilidad de que incluso la materia misma, aparentemente muerta, tiene en realidad una capacidad misteriosa de "aprendizaje".
Así pues, por mucho que proteste nuestra "razón", hay en lo profundo de nuestros cerebros todo un grupo de "ancianos", milenarios, deliberantes y criticones, observadores y desconfiados, de los cuales la mayoría son tan viejos que ni siquiera tienen aspecto humano. El biólogo austríaco Rupert Riedl ha llamado a esos ancianos "los Preceptores Inconcientes". Vienen a ser parientes cercanos de los arquetipos de Jung, y a menudo son verdaderos arquetipos. Y esos Ancianos creen en la hechicería. Han venido observando, con ojillos penetrantes, las misteriosas relaciones que tienen que ver con la buena y la mala suerte. Con la gracia y la desgracia. Son esos ancianos los que le dicen al niño que le tenga miedo a los espectros y los que nos inducen a tomar los amuletos y talismanes mucho más en serio de lo que le gustaría a nuestra civilizada razón.
Cualquier hombre de inteligencia medianita nomás, suele permitirse mirar con desdén a una Melca de Talagante. ¡Pobre vieja ignorante y supersticiosa! Debemos admitirlo. Ña Lupercia, que vive en los cerros de Mallaracuco (a), a veinte kilómetros de la carretera más cercana, se sentiría muy desdichada y perpleja si viniera uno de esos doctos seguidores del Gnosticismo a interrogarla de cómo se las arregló para sanar al niño de la Pancha Huaico que estaba muriéndose en el hospital de Talagante. Claro, Ña Lupercia no tiene dominio de la lógica ni tampoco del instrumento lógico que son las palabras. Pero, sin moverse de su choza, así lo testifica la Pancha Huaico y los mismos médicos lo corroboran indirectamente, logró que el niño experimentara una reacción "ilógica" mejorándose en vez de morirse.
Si Ña Lupercia quisiera enseñar su "Arte", lo haría lentamente y a un discípulo que tuviera mucho, mucho tiempo para aprender. Ahora, si viniese el gnóstico y le explicara que mejor que sus hechizos puede resultar una talismán con letras hebreas y signos astrológicos, la buena Meica lo miraría con auténtica compasión. Para ella, que admitimos como irracional en su "arte", el pensamiento del talismán gnóstico es simplemente estúpido. Algo así como poner en una escopeta un papelito que diga "cartucho" y esperar que con eso podamos matar un conejo. Poner el dibujo de una pila en la linterna y esperar que con eso podamos encenderla. No hay estupidez detrás de las extrañas manipulaciones de una hechicera talagantina. Incluso, en Río de Janeiro hemos conocido Babalaos de Macumba, de gran prestigio como poderosos hechiceros, que son prácticamente unos débiles mentales... pero con esa característica que los psiquiatras definieron como de "idiots savants": estúpidos para todo, menos para su "arte".
Como la oruga "Víbora" de la selva amazónica, que es tan estúpida como cualquier oruga, excepto en el arte del mimetismo, ya que consigue "disfrazarse" de víbora, aunque ella misma no mide más de 5 centímetros, y mantenerse con vida gracias al terror que logra producirles a los pájaros. Queremos decir con esto que el verdadero "pensamiento mágico" es característico de mentes muy singulares. Es un pensamiento irracional pero profundamente pragmático y obediente a los sabios preceptos de los "Ancianos en lo Profundo del Cerebro".
En filosofía de la ciencia, se le llamaría "pensamiento heurístico; ya que es capaz de reunir orgánicamente grupos muy complicados de observaciones y sintetizarlos en una fórmula cuya aplicación puede efectuarse sin esfuerzo intelectual alguno. Algo semejante a lo que hace un niño cuando aplica las tablas de multiplicar: él no piensa en el proceso matemático que llamamos multiplicación, ni en la Ley de Conservación de las Paridades, sino que se limita a aplicar "mágicamente" la virtud del 3 por 7 = 21, aprendido de memoria como un ensalmo.
La inteligencia mágica puede ser abrumadoramente distinta de lo que comúnmente llamamos inteligencia. De ahí que su producto, los objetos mágicos, los rituales mágicos, puedan resultar tan chocantes para nuestro "sentido común", nuestra "razón", que Carl Jung describe, como "algo que de hecho no es más que la suma total de todos sus prejuicios y sus miopes puntos de vista" (del infatuado hombre "racionalista").
Por lo general cuando el brujo trata de dar una explicación racional de su Arte, falsea la verdad a pesar suyo. La brujería libresca ha producido un ostensible distanciamiento entre el conmovedor, impresionante hechizo primitivo y el producto de una suerte de hechicería industrializada: amuletos hechos en serie, talismanes a dos por dólar...
Tales amuletos ciertamente serán inútiles para uno, salvo que se dé el caso de que uno resulte ser un brujo sin saberlo, e intuitivamente uno haya realizado los procesos mágicos correctos de acuerdo a la "inteligencia mágica". Hace pocos años, precisamente en Talagante, apareció una adolescente llamada Yamilet, que súbitamente adquirió poderes de terapia por imposición de manos. Causó mucho revuelo periodístico, y sus curaciones notables continuaron durante algunos meses. Su fama rápidamente se hizo estruendosa, pero súbitamente sus poderes desaparecieron y la chica volvió al anonimato. Ella jamás imaginó que podría adquirir tales poderes, ni cómo los obtuvo ni porqué los perdió.
Con frecuencia se producen "iluminaciones" mágicas de corta duración, incluso en las personas más comunes. Durante esos momentos, sin necesidad de aprendizaje alguno, la persona puede confeccionar auténticos objetos de poder, según la opinión de varios autores especializados en la materia. Pero los verdaderos hacedores de amuletos y talismanes son los hechiceros. Así lo fue desde lo más remoto de los tiempos conocidos, y hay indicio de que esos hechiceros aprendieron su arte incluso antes de que el hombre fuese hombre.
Cuando uno se acerca de buena fe a un hechicero, éste casi nunca lo rechazará. Contestará nuestras preguntas, a su manera, dejándonos a nosotros la tarea de convertir sus respuestas en explicaciones civilizadas y occidentales. Gracias a eso y a la sutil habilidad de numerosos antropólogos, se ha logrado reunir algunos conceptos concretos, no "comerciales" acerca de la hechicería en varios pueblos primitivos. Particularmente Africa ha sido pródiga en información.
Gracias a estos antropólogos sabemos que el hechicero debe ser un hombre especial, dotado de un poder que suelen llamar "Nyama", aunque otros pueblos negros lo llaman "Baraka", "Kofi", "Ire" y "Ashe". Este poder él puede proyectarlo a través de ciertos conductos. Pero, junto con el Nyama, el hechicero debe poseer la cualidad de "Nganga" que es una forma especial de intuición, la capacidad de percibir "signos" incluso cuando ignora qué contenidos el signo pueda tener. Algo así como el matemático reconoce los signos de valor conocido y los de valor incógnito, como la X en álgebra.
Por medio de su virtud Nganga el hechicero logra descubrir los objetos que poseen urca virtud determinada, una energía misteriosa que llaman " Magara". Este mismo concepto de Magara, como virtud y energía misteriosa y esencial de una cosa, los pueblos de la Polinesia lo llaman con la voz Mana. Hay materias que poseen Mana o Magara, pero rara vez la materia tiene por sí sola suficiente energía.
Más frecuentemente es la forma que dicha materia adopte la que puede cargarla de suficiente poder. Y no sólo la forma, también la historia de la cosa, pues se supone que a lo largo del tiempo las cosas pueden ir cargándose de energías diversas, según los fenómenos que las hayan afectado. Se parte de la base de que la materia en sí es pasiva y que sólo llega a adquirir sus formas merced a acontecimientos que han padecido.
La señorita Penh da Silva, una hermosísima brujita de raza negra, nos explicaba que el hechicero auténtico sabe que la "forma" y el "fondo" no pueden separarse. La forma "implica" su fondo, y el contenido implica su forma. Mostrando una jarra de plástico transparente que imitaba cristal, nos señaló: "Sólo un hombre muy bobo se dejaría engañar: el plástico jamás podría tener la forma verdadera del cristal".
Implicaba con ésto que el hechicero considera "forma" todo lo que se puede percibir aunque no sea por las más obvias diferencias visuales. Cuando el hechicero, haciendo uso de su cualidad Nganga, logra apoderarse de cosas con Magaras complementarios que coinciden en una adecuada poligonal de fuerzas, aplica en ellas su habilidad para fabricar un objeto cuyo Magara es "Mayor que la suma de sus partes". Un súper Magara, y en ese objeto aplica su propio concepto físico llamado "de descomposición de fuerzas", según el cual fuerzas que no tienden en igual dirección pueden aumentarse recíprocamente.
Medio danzando, hundido en los abismos de su espíritu, desencadenando sus energías interiores, el hechicero practica una incisión, elimina una arista, modela una forma especial, une sustancias distintas... La misma señorita Penh Da Silva, refiriéndose al poderoso Magara de las formas, lo comparaba con la conducta de la electricidad, para la cual no es indiferente el grosor de un hilo de cobre, o si la energía llegará a través de uno varios "pelitos" de metal, o el número de vueltas de hilos aislados que envuelven una bobina. Sólo que las energías mágicas parecen ser muchísimo más complicadas y fuera de standards que la electricidad. Uno nunca puede estar seguro del "voltaje" de un Magara o del amperaje con que dos Magaras se encadenen, o si el hechicero anda con su Nyama continuo o alterno. Es por ello que el hechicero podrá ser eficaz únicamente si posee un Nganga suficientemente agudo y penetrante como para atinar en sus percepciones con un mínimo margen de error.
Es por ello que, desde lo más antiguo de las civilizaciones, al hechicero se le llama "hombre de conocimientos", "sabio", antes que hombre de poderes. En caldea o en México, en Chiloé, en Tunguska, Africa, el Tibet o Japón, los hechiceros están de acuerdo: el poder sin Nganga no sirve para nada.
En la Mesopotamia de hace más de seis mil años vivía una raza de gente risueña, ordenada, empeñosa y llena de sentido común. Inventaron los ladrillos, la escritura, la contabilidad, los colegios, el servicio militar, los, impuestos, los cuentos para niños y los chistes picantes. Inventaron las alfombras con su tejido especial, los injertos de árboles frutales y los fertilizantes. La Astrología no la inventaron pero la dominaron, y ciertamente fueron grandes maestros de la hechicería. Nos referimos a los Sumerios, cuyas bibliotecas vertieron civilización a otros pueblos durante milenios. De hecho fueron los primeros hombres en darse cuenta de que se puede "comer" y "asimilar" la vida de otros, en un sentido espiritual mas no por ello menos verdadero y funcional.
Si usted vive una experiencia, el fruto de esa experiencia alimentará su conducta posterior. Será un aprendizaje. Durante millones de años el aprendizaje dependía solamente de la experiencia propia, y la única forma de enseñanza era aquella de transmitirla a través de las líneas genéticas. "La letra consangre entra", decían nuestros abuelos, pero la ley de la naturaleza era aún más drástica. En los millones de años de la evolución de la vida, la incapacidad de aprender significaba la muerte, la extinción del individuo. Si el cerebro no aprendía a aplicar los cálculos telemétricos de acuerdo a la información angular de ambos ojos, y según las leyes de la perspectiva, no logrará atrapar su presa ni tampoco eludir a la fiera cazadora. No atinaría a la rama o la roca hacia la que necesitaba saltar. En fin, su torpeza recibiría el castigo implacable de mamá Naturaleza, y sus kilógramos de proteína irían a parar a la línea evolutiva de los lobos, los felinos o los osos. Como proposición humana, quedaría eliminado.
Pero el hombre, oh astuto animalillo, descubrió el truco diabólico del lenguaje. Gracias a ciertos ruidos especiales, logró cofeccionar signos intangibles, señales que siendo invisibles, podrían orientar a los demás con mayor precisión que un rastro impreso en la tierra. Con esos signos el hombre podía hacer ofrenda de su experiencia a los demás miembros del clan: he ido hasta el manantial y antes de llegar he visto una manada de lobos, por lo cual preferí quedarme con las ganas de tomar agua. La experiencia ofrendada por el individuo era de inmediato comida, asimilada por los demás, y en conjunto sacaban sus conclusiones: ir en grupo, bien armados de palos, para ahuyentar a los lobos, o quizás aguantarse las ganas de beber hasta que los lobos se retiraran.
Pero los Sumerios consiguieron algo todavía más importante. Poner la experiencia en conserva, gracias a la escritura, de manera que personas lejanas en el tiempo y el espacio pudieran también asimilar nuestra experiencia. De inmediato advirtieron la importancia de su descubrimiento y formaron las primeras bibliotecas de la humanidad. De aquellos libros, que en verdad eran ladrillitos recubiertos de signos impresos mientras aún estaban blandos, un gran número está dedicado a la hechicería. Y como era gente práctica, se especializaron en Amuletos y Talismanes.
Fueron ellos los primeros en clasificar distintas sustancias de acuerdo a su Magara elemental. El ágata tiene un Magara que se orienta hacia la tónica muscular y la fertilidad. Cierto jaspe color verde esmeralda, con una línea oscura atravesándolo, tiene que ver con la claridad de nuestras representaciones mentales, favorece el fluir de las palabras. El cristal tiene un Magara místico. El Heliothropo agudiza nuestra capacidad de ocultamiento, hasta el extremo que se le atribuye el poder de volvernos invisibles. Láminas de oro y plata, objetos de hierro, el cobre. En fin, los hechiceros de Sumer propusieron toda una farmacopea de objetos y sustancias dotadas de Magara y según sus tendencias.
La mayoría de las veces se trataba de sustancias que no era fácil encontrar, y servían entonces como guía para el viajero y el mercader. Sin embargo; aquellos libros son terriblemente mezquinos en cuanto a las etapas verdaderamente medulares en la confección de los amuletos y talismanes: la aplicación de los Magara, el uso correcto del Nganga. Quizás reservaron ese tipo de enseñanza para la relación directa de maestro-discípulo, por creer que el libro no sería suficientemente explícito para comunicar enseñanzas tan complejas.
Es por ello que, desde lo más antiguo de las civilizaciones, al hechicero se le llama "hombre de conocimientos", "sabio", antes que hombre de poderes. En caldea o en México, en Chiloé, en Tunguska, Africa, el Tibet o Japón, los hechiceros están de acuerdo: el poder sin Nganga no sirve para nada.
En la Mesopotamia de hace más de seis mil años vivía una raza de gente risueña, ordenada, empeñosa y llena de sentido común. Inventaron los ladrillos, la escritura, la contabilidad, los colegios, el servicio militar, los, impuestos, los cuentos para niños y los chistes picantes. Inventaron las alfombras con su tejido especial, los injertos de árboles frutales y los fertilizantes. La Astrología no la inventaron pero la dominaron, y ciertamente fueron grandes maestros de la hechicería. Nos referimos a los Sumerios, cuyas bibliotecas vertieron civilización a otros pueblos durante milenios. De hecho fueron los primeros hombres en darse cuenta de que se puede "comer" y "asimilar" la vida de otros, en un sentido espiritual mas no por ello menos verdadero y funcional.
Si usted vive una experiencia, el fruto de esa experiencia alimentará su conducta posterior. Será un aprendizaje. Durante millones de años el aprendizaje dependía solamente de la experiencia propia, y la única forma de enseñanza era aquella de transmitirla a través de las líneas genéticas. "La letra consangre entra", decían nuestros abuelos, pero la ley de la naturaleza era aún más drástica. En los millones de años de la evolución de la vida, la incapacidad de aprender significaba la muerte, la extinción del individuo. Si el cerebro no aprendía a aplicar los cálculos telemétricos de acuerdo a la información angular de ambos ojos, y según las leyes de la perspectiva, no logrará atrapar su presa ni tampoco eludir a la fiera cazadora. No atinaría a la rama o la roca hacia la que necesitaba saltar. En fin, su torpeza recibiría el castigo implacable de mamá Naturaleza, y sus kilógramos de proteína irían a parar a la línea evolutiva de los lobos, los felinos o los osos. Como proposición humana, quedaría eliminado.
Pero el hombre, oh astuto animalillo, descubrió el truco diabólico del lenguaje. Gracias a ciertos ruidos especiales, logró cofeccionar signos intangibles, señales que siendo invisibles, podrían orientar a los demás con mayor precisión que un rastro impreso en la tierra. Con esos signos el hombre podía hacer ofrenda de su experiencia a los demás miembros del clan: he ido hasta el manantial y antes de llegar he visto una manada de lobos, por lo cual preferí quedarme con las ganas de tomar agua. La experiencia ofrendada por el individuo era de inmediato comida, asimilada por los demás, y en conjunto sacaban sus conclusiones: ir en grupo, bien armados de palos, para ahuyentar a los lobos, o quizás aguantarse las ganas de beber hasta que los lobos se retiraran.
Pero los Sumerios consiguieron algo todavía más importante. Poner la experiencia en conserva, gracias a la escritura, de manera que personas lejanas en el tiempo y el espacio pudieran también asimilar nuestra experiencia. De inmediato advirtieron la importancia de su descubrimiento y formaron las primeras bibliotecas de la humanidad. De aquellos libros, que en verdad eran ladrillitos recubiertos de signos impresos mientras aún estaban blandos, un gran número está dedicado a la hechicería. Y como era gente práctica, se especializaron en Amuletos y Talismanes.
Fueron ellos los primeros en clasificar distintas sustancias de acuerdo a su Magara elemental. El ágata tiene un Magara que se orienta hacia la tónica muscular y la fertilidad. Cierto jaspe color verde esmeralda, con una línea oscura atravesándolo, tiene que ver con la claridad de nuestras representaciones mentales, favorece el fluir de las palabras. El cristal tiene un Magara místico. El Heliothropo agudiza nuestra capacidad de ocultamiento, hasta el extremo que se le atribuye el poder de volvernos invisibles. Láminas de oro y plata, objetos de hierro, el cobre. En fin, los hechiceros de Sumer propusieron toda una farmacopea de objetos y sustancias dotadas de Magara y según sus tendencias.
La mayoría de las veces se trataba de sustancias que no era fácil encontrar, y servían entonces como guía para el viajero y el mercader. Sin embargo; aquellos libros son terriblemente mezquinos en cuanto a las etapas verdaderamente medulares en la confección de los amuletos y talismanes: la aplicación de los Magara, el uso correcto del Nganga. Quizás reservaron ese tipo de enseñanza para la relación directa de maestro-discípulo, por creer que el libro no sería suficientemente explícito para comunicar enseñanzas tan complejas.
Siglos después llegaron hombres con mentalidad de herreros. Para ellos, el "magara" del hierro se llamaba "temple", "filo", "flexibilidad" y "dureza". El hierro por sí mismo permitía fabricar espadas de hojas más finas y liviana, más largas y agudas, que no se mellarían tan fácilmente y mantendrían su filo al cabo de bastante uso. Un pensamiento basado en standards, en cualidades permanentes, invariables y por lo mismo fáciles de reducir a fórmulas y recetas de trabajo; un pensamiento tecnológico, vino a reemplazar el pensamiento mágico y sus terribles sutilezas y complicaciones. Y muchas personas con esa mentalidad hicieron incursiones en la hechicería. De ahí surgieron sin tardanza los errores.
Ya el Agata no era sólo una sustancia dotada de un Magara que el hechicero podría —quizás—, aprovechar, mediante un trabajo arduo y sutil, para confeccionar un Amuleto Protector que retardara el agotamiento de un atleta o de un campo explotado intensamente. Para la nueva mentalidad, bastaba con tener un ágata —suponían— para obtener los mismos resultados.
Al mismo tiempo, las tradiciones semíticas, dadas a las exploraciones con las letras y los números, desarrollaban el concepto cabalístico de la magia. Un concepto que sin duda tenía fundamentos tan profundos como el de la hechicería de los poderes transmisibles por objetos, pero ciertamente apuntados a los procesos psíquicos del hechicero.
La Cábala producía, según las tradiciones primitivas, poderes espirituales en la persona, proporcionaba conocimiento, y, mediante el conocimiento, el cabalista alcanzaría el poder para manipular la materia grosera, las materias sutiles, las energías invisibles y los "espíritus". Alcanzar el dominio de la Cábala era sin duda un aprendizaje por lo menos tan lento y difícil como el de alcanzar el desarrollo suficiente del Nganga.
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